Muchos de los reparos que se hacen a los diccionarios tienen que ver directamente con un elemento de estructura: el diccionario impone al autor la rigidez de una secuencia alfabética que parece llevarse mal con la naturaleza de la lengua, hecha de asociaciones de palabras, y de asociaciones de asociaciones que forman lo que los lingüistas denominan los "paradigmas". Esos paradigmas de la lengua —que uno podría imaginarse como una red en forma de estrella o como el tejido de las neuronas— contienen las palabras y los vínculos entre las palabras, y son responsables de las variaciones y de los matices que enriquecen el discurso. Pasar del orden asociativo de las ideas y de los términos de la medicina tradicional al rigor de la secuencia alfabética, constituye el desafío mayor, en el orden del método empleado, para elaborar un diccionario como el que hoy ofrecemos. Sin embargo, la rigidez de la estructura alfabética que ordena todo diccionario opera de modo parcial, ya que al interior de cada término de entrada (alma, por ejemplo) vuelve a encontrarse la red asociativa (alma puede vincularse así a un término alfabéticamente "lejano" como tonalli), y es en esa red en la que la cultura ha ido cristalizando y construyendo históricamente el discurso de la medicina tradicional. Es el contenido de esa red lo que el autor de un diccionario debe salvar avanzando en la secuencia alfabética de los términos de entrada. Este hecho, en apariencia obvio, condiciona toda la estrategia metodológica empleada, desde la búsqueda de los datos hasta la redacción y presentación finales.
En las páginas que siguen se intenta reconstruir para el lector interesado —si es que existen lectores de diccionarios que se interesen por las páginas preliminares— la génesis y el método del proyecto, su conexión con obras que lo precedieron y alimentaron, y las dificultades y expectativas que nutrieron el trabajo.
El proyecto de elaborar un diccionario de la medicina tradicional mexicana surgió en 1986, a raíz de los trabajos realizados por Maritza Zurita, José Luis Delgado y por mí en la Unidad de Investigación en Medicina Tradicional y Desarrollo de Medicamentos del Instituto Mexicano del Seguro Social (Xochitepec, Morelos), y que debían culminar en la redacción y publicación de un atlas que contuviera información sobre recursos humanos, causas de demanda de atención y recursos terapéuticos de origen vegetal de la medicina tradicional de las áreas rurales cubiertas desde 1979 por el Programa IMSS-COPLAMAR. La idea original era, en realidad, sumamente sencilla y respondía a la necesidad de insertar, al final del atlas, un glosario de términos en el que se explicara a los lectores el sentido de ciertas palabras y expresiones usadas por los terapeutas tradicionales y que suponíamos poco conocidas por el público. A medida que el trabajo avanzaba, el glosario aumentaba sus dimensiones y empezaba a tener, por así decirlo, vida propia. Muchas de las locuciones registradas mantenían entre sí una relación de sinonimia; otros términos, en cambio, se repetían de manera idéntica —o con leves variaciones fonéticas— entre los distintos grupos encuestados, pero encubrían significados diferentes: tal era el caso de palabras como ahoguillo (y sus variantes: (h)oguío, (h)oguillo, etcétera). Las consultas bibliográficas en obras de etnografía, etnobotánica, antropología médica e, incluso, historia, complicaban aún más el panorama, y ello por una simple razón: la mayor parte de los trabajos sobre el tema están centrados en grupos étnicos, pueblos o regiones y, como es bien sabido hoy, el México de los médicos tradicionales presenta notables variaciones dentro del vasto territorio nacional. En consecuencia, el panorama que se obtenía era el de un auténtico mosaico de voces y de significados. Nuestro utilitario y modesto registro aclaratorio de voces amenazaba convertirse en un desmesurado glosario. De ahí a la idea de un diccionario había sólo un paso.
En el segundo semestre de 1986 formulé el proyecto para la elaboración del Diccionario de la medicina tradicional mexicana que, en esencia, trataba de resolver los problemas planteados por el glosario del atlas, si bien preveía una búsqueda bibliográfica amplia para clarificar y complementar los datos surgidos en el trabajo de campo. Por diversas razones, que no viene al caso comentar, la petición de apoyo fue denegada, se abandonó incluso el proyecto del atlas y algunos de nosotros iniciamos en 1987 dos proyectos apoyados por el Centro Interamericano de Estudios de Seguridad Social (CIESS) y la Comunidad Económica Europea. Menciono el hecho en razón de que uno de ellos (cuyos resultados se publicaron más tarde bajo el título de Medicina tradicional y enfermedad, México, CIESS, 1988; el otro, de V. Mellado et al. La atención al embarazo y el parto en el medio rural mexicano fue editado en 1989) constituye, en cierto sentido, una prolongación del tema, pues estudia en profundidad las cinco primeras causas de demanda de atención de la medicina tradicional: mal de ojo, empacho, susto, caída de la mollera y disentería.
La oportunidad de retomar el proyecto se presentó en 1989, en el Instituto Nacional Indigenista. Y no sólo eso, las autoridades del INI aceptaron financiar un conjunto mayor de trabajos que algunos de nosotros creíamos necesario desarrollar simultáneamente, como parte de una tarea que entendemos sustancial: la necesidad de producir información básica sobre medicina tradicional y, en particular, sobre la medicina indígena de México. Con Arturo Argueta formulamos así tres proyectos, cuya vinculación entendíamos estrecha (presunción que hoy, al término de los trabajos, parece estar ratificada): La medicina tradicional de los pueblos indígenas de México, el Atlas de las plantas de la medicina tradicional mexicana y el Diccionario enciclopédico de la medicina tradicional mexicana. La naturaleza de los proyectos, la gran cantidad de información que fue acumulándose a medida que las tareas avanzaban y razones de método hicieron posible la aparición de otros dos productos: una bibliografía de la medicina tradicional mexicana y una colección de floras locales. Estos proyectos se publicarán bajo los siguientes nombres:
Aunque los proyectos constituyen empresas autónomas, es necesario aclarar algunas cuestiones acerca de la vinculación que mantienen unos con otros y de las diferencias que creíamos percibir entre ellos, es decir, aquellos aspectos que llevaron a respaldar la toma de decisiones sobre alcances y límites de cada uno de los trabajos. Estos vínculos y diferencias aparecen con más claridad cuando se comparan la estructura y las fuentes de información del diccionario con las de los otros proyectos. En efecto, el diccionario fue elaborado exclusivamente con información bibliográfica, a diferencia de La medicina tradicional de los pueblos indígenas de México, obra que utiliza exclusivamente información de campo de primera mano, lograda por medio de la aplicación de más de 2000 encuestas.
El diccionario contiene tres secciones fundamentales: a) el cuerpo principal de la obra, con la distribución secuencial de los términos de entrada ordenados alfabéticamente; b) cuatro índices (botánico, etnográfico, geográfico y temático) que apoyan la tarea del usuario interesado en búsquedas específicas; c) la bibliografía citada (las consultas bibliográficas fueron mucho más amplias, razón por la cual el lector encontrará diferencias entre las fuentes mencionadas en el diccionario y las contenidas en el volumen de la Nueva bibliografía de la medicina tradicional mexicana).
Metodológicamente, el diccionario desplegó una estrategia que quizás valga la pena comentar. 1) Elaboración de un listado de términos de entrada, obtenido por medio de la consulta de glosarios, diccionarios, libros, artículos y tesis —e, incluso, apelando a la propia experiencia y a la memoria de los investigadores— que se referían a la medicina tradicional mexicana, entendida ésta como un tópico genérico. 2) Depuración del listado inicial, frente al hecho —muchas veces evidente— de que numerosos términos mantenían entre sí relaciones de sinonimia. 3) Integración de una bibliografía básica de la medicina tradicional mexicana, particularmente de obras producidas en la segunda mitad del siglo XX. Esta búsqueda bibliográfica permitió determinar el acervo de los posibles textos a emplear y, simultáneamente, ampliar el listado de términos de entrada. 4) Integración de un nuevo listado, depurado, pero aún provisional, de términos de entrada.
Al término de esta etapa, fue necesario tomar un conjunto de decisiones que resultaron fundamentales para el avance posterior del proyecto. Una de ellas —nada baladí— era el determinar la lengua en la que estaría escrito el diccionario; si, como era previsible, el español era la lengua de elección, restaba por decidir el tratamiento que se daría a los términos indígenas o a las voces derivadas de las lenguas autóctonas (el caso más evidente, pero no el único, era el de los mexicanismos). En términos generales, la decisión se adoptó a partir de los datos que fue ofreciendo la bibliografía consultada y los propios cruces de la información, estableciendo, cuando era posible, su traducción, sinonimia o equivalencias, y determinando el origen lingüístico y geográfico del dato.
Todo lo anterior obligaba, naturalmente, a acordar criterios para la búsqueda de la información, la estrategia para el análisis, el agrupamiento de los términos, el establecimiento de referencias cruzadas y, obligatoriamente, la división del trabajo del equipo investigador. La inexistencia de otro diccionario mexicano de este tipo impedía las comparaciones y obligaba a inventar soluciones que merecían una discusión metodológica y epistemológica pormenorizada. Citemos dos de estas posibles vías —desechadas por inconvenientes si no es que por intransitables—: a) todos buscarían todo; b) en la medida en que el alfabeto español tiene 28 letras, podía dividirse esta cantidad entre el número de investigadores y encargar a cada uno "una parcela" del alfabeto. Si se juzga que lo anterior linda en lo absurdo, no lo es tanto el establecer las razones para desechar esas vías (especialmente la segunda, más allá del hecho de que existen muchos más términos en español que comienzan con a que con ñ, por ejemplo).
La solución encontrada es fructífera y polémica. Deriva de planteos que algunos de nosotros hemos sostenido a propósito de los temas de estudio de la medicina tradicional y rescata, en buena medida, las discusiones y acuerdos que se establecieron hace diez años en la Unidad de Investigación en Medicina Tradicional y Herbolaria del IMSS, en el equipo entonces integrado por Maritza Zurita, José Luis Delgado, Abigail Aguilar y por mí; a esta discusión se incorporaron más tarde Virginia Mellado, Antonio Tascón y Xóchitl Castañeda (en los proyectos del CIESS-UIMETDM, antes mencionados) y, naturalmente, el equipo que elaboró, en sus diferentes fases, el diccionario.
En esencia, el planteo metodológico es el siguiente: la medicina tradicional reclama el estudio de, cuando menos, cinco temas básicos:
La segunda fase del trabajo del diccionario estuvo basada en la atención a los primeros cuatro temas del listado anterior —enriquecidos con nuevos aportes que hizo el equipo—, y consistió en esencia en: 1) Elaborar 18 catálogos que guiaran la búsqueda y distribución de la información obtenida: a) atención al embarazo, parto y puerperio, b) conceptos de la medicina tradicional, c) enfermedades cardiovasculares y hematológicas, d) enfermedades de la piel, e) enfermedades digestivas, f) enfermedades ginecoobstétricas y sexuales; g) enfermedades inespecíficas, h) enfermedades metabólicas y nutricionales, i) enfermedades músculoesqueléticas, j) enfermedades nerviosas, k) enfermedades de los órganos de los sentidos, l) enfermedades renalurinarias, m) enfermedades respiratorias, n) materiales de curación, o) partes del cuerpo, p) procedimientos y métodos diagnósticos y terapéuticos, q) recursos humanos y r) síndromes de filiación cultural. 2) Establecidos estos "cajones", archivos o matrices, distribuir los términos de entrada según su pertenencia a uno (o más) de los catálogos. 3) Captar y distribuir la información bibliográfica teniendo en cuenta: a) el término de entrada, b) el catálogo respectivo, c) las asociaciones con otros términos de entrada y con otros catálogos para lograr, más tarde, las referencias cruzadas. 4) Determinar la división del trabajo conforme a los catálogos y no a los términos de entrada. 5) Combinar las búsquedas genéricas y específicas, especialmente cuando se trataba de determinar el contenido y el contexto de términos indígenas reportados por la literatura. 6) Fijar un orden para la redacción de los términos de entrada que siguiera un patrón más o menos homogéneo (por ejemplo, las referencias históricas obtenidas de los textos de Bernardino de Sahagún, Gregorio López, Juan de Esteyneffer, etcétera, siempre aparecen al final de los términos de entrada, en el entendido de que el diccionario trata esencialmente de la medicina tradicional mexicana actual). 7) Redactar los textos de cada uno de los términos de entrada respetando el sentido del dato original, aun cuando se advirtieran contradicciones y diferencias apreciables entre los distintos autores a propósito del tema. De allí también la decisión de incorporar la referencia bibliográfica abreviada al final de cada término de entrada.
Como el lector podrá comprobar, el diccionario prescinde —salvo en algunos casos excepcionales— de información botánica y etnobotánica detallada; se consideró que ella era materia pertinente del Atlas de las plantas de la medicina tradicional mexicana y, por ello, sugerimos a los lectores interesados en el tema la consulta de esa obra.
Algunas palabras a propósito del material bibliográfico citado y a las referencias mencionadas al pie de cada término. 1) En los últimos años se ha producido y editado una considerable cantidad de trabajos sobre la medicina tradicional de México; los textos mencionados en el diccionario constituyen, en general, materiales contemporáneos, accesibles en acervos públicos de México, incluso cuando se trata de textos inéditos (por ejemplo, materiales de la Dirección General de Culturas Populares) o impresos en ediciones limitadas (este es el caso de muchas tesis universitarias). 2) El interés de los autores consultados se ha centrado de modo variable en grupos indígenas, enfermedades, recursos terapéuticos, sistemas de creencias, mitos, procedimientos diagnósticos y curativos, terapeutas y, en general, en una gran cantidad de tópicos. Algunas medicinas regionales se encuentran bien estudiadas; otras, en cambio, apenas han sido mencionadas. Hay autores que se distinguen por la calidad teórica de sus trabajos, pero que prácticamente no se mencionan en la bibliografía del diccionario, más enfocado al material documental. Este es el caso de Eduardo Menéndez, cuya contribución a la antropología médica de México es definitiva y sustancial. Valga quizás aclarar que muchas de sus ideas sustentaron no pocas de las decisiones metodológicas del proyecto y fueron materia prima de discusiones del grupo. 3) Índices como el etnográfico —que muestran menciones más o menos abundantes a la medicina tradicional de los diferentes pueblos indígenas de México—, reflejan más bien la abundancia o parquedad de la bibliografía que la riqueza o pobreza de sus ideas y prácticas médicas.
Los aciertos y errores (especialmente éstos) del diccionario, tanto los advertidos hoy como los que esperamos cosechar en un diálogo futuro con los lectores, son de nuestra exclusiva responsabilidad. Quisiéramos dejar constancia de la absoluta libertad con la que el equipo de investigación pudo desenvolverse en todo momento, polemizar y adoptar las decisiones que parecían más adecuadas. Este hecho deriva directamente de las condiciones que las autoridades del Instituto Nacional Indigenista —tanto bajo la dirección del doctor Arturo Warman como de la del maestro Guillermo Espinosa Velasco— han propiciado, y que renuevan y fortifican una tradición de la institución.
Borges, amante de las enciclopedias y de los diccionarios, nos ha enseñado que todo libro imagina su lector. El rostro del nuestro —bocetado por la incertidumbre— lo dibujará el tiempo. Quisiéramos, sin embargo, que reconociera en nuestro libro —más allá de las diferencias de las materias y de los nombres— algo del eco que hay en este fragmento de un poema borgiano:
AL ADQUIRIR UNA ENCICLOPEDIA Aquí la vasta enciclopedia de Brockhaus, aquí los muchos y cargados volúmenes y el volumen del atlas, aquí la devoción de Alemania aquí los neoplatónicos y los gnósticos, aquí el primer Adán y Adán de Bremen, aquí el tigre y el tártaro, aquí la escrupulosa tipografía y el azul de los mares, aquí la memoria del tiempo y los laberintos del tiempo, aquí el error y la verdad...
Carlos Zolla Subdirección de Salud y Bienestar Social del INI México, D. F., mayo de 1994