En Tlayacapan, Morelos, efluvio dañino que envía un brujo a un enemigo suyo; produce un trance morboso o bien precipita la ruina económica del afectado.
Para realizar su maleficio, el hechicero elabora una pasta con sal, huevo, aceite, huesos pulverizados y tierra de la tumba de un asesinado. Forma una pelotilla y la arroja contra la casa de aquél a quien pretende dañar. Puesto que contiene restos de una cripta, el menjurje está cargado de la sombra o ánima del muerto. Tal entidad se convierte en aire y contamina al embrujado y a su vivienda.
Este padecimiento tiene una estrecha relación con el llamado aire de noche, reportado en Tecospa, Estado de México, que es indicativo de la posesión por espíritus de quienes tuvieron un deceso sangriento. La diferencia radica en que el aire echado resulta de la manipulación humana; en cambio, las almas errantes, convertidas en vientos nocturnos, actúan por voluntad propia (1).
(1) Ingham, J. M., 1986.