Tarahumara. Del verbo sukú, raspar o rascar, más un sufijo causativo y un sufijo agentivo, ame (1).
Entre los tarahumaras, brujo o hechicero. Su principal función es la de producir enfermedad o daño a petición de algún interesado que sostiene una rencilla con otro miembro de la comunidad.
A finales del siglo pasado, Lumholtz, impresionado por el gran auge de la brujería en la sierra tarahumara de Chihuahua, escribió que los curanderos viejos se convertían en brujos, odiados y temidos a la vez que amados. "Eran solicitados para hacer el mal y trabajaban con un palo raspador y cánticos causando la muerte, interrumpiendo las lluvias y provocando otras desgracias..." (1:411). En 1935, Bennett y Zingg señalaron que lo impresionante para esa década era la vaguedad del oficio, en vías de desaparición; como una posibilidad indicaron que quizá la brujería estuviera pasando por un periodo de receso o calma, y que podría volver a aflorar cuando la ocasión lo demandara (1). Grinberg registra recientemente la existencia de sukurúames, y hace notar que aún persisten sus funciones como provocadores de enfermedades (2).
(1)Bennett, W. C. et al., 1978.(2) Grinberg Zylberbaum, J., 1988.