Biblioteca Digital de la Medicina Tradicional Mexicana
Universidad Nacional Autónoma de México
Diccionario Enciclopédico de la Medicina Tradicional Mexicana
Chupada de bruja

También chupetones de vampiro (1).

Accidente de tipo sobrenatural que sufren principalmente los lactantes durante las horas de sueño; es originado por la acción de una bruja que extrae la sangre del menor, provocando su muerte.

En varias regiones del país es común la creencia en brujas con poder de transformación, que van buscando niños durante sus viajes nocturnos para chuparles la sangre (2). Dichas brujas se introducen a las casas adoptando la forma de una bola de fuego, lagartija, perro, guajolote u otro tipo de ave, y realizan su cruel actividad (3 y 4) (V. vampiro).

Los otomíes de Acambay, Estado de México, creen que la hechicera siente preferencia por los recién nacidos que no han sido bautizados (4); mientras que los de Huixquilucan, aseguran que el ataque se debe a que los padres del niño no cumplieron una promesa hecha a un determinado santo, por lo que el agraviado da permiso a las brujas para que ejecuten su maléfica acción (2). Por su parte, una curandera de la ciudad de México afirma que el líquido vital de la criatura rejuvenece a las brujas y les proporciona poder. La misma informante refiere que la bruja extrae la sangre succionando la mollera de la víctima (5). Entre los mazahuas del Estado de México se cree que esta operación se realiza en el cuello o en la nuca (3). Por su parte, los otomíes del valle del Mezquital, afirman que se hace por la nariz; el pequeño aparece muerto en la mañana, con un hilillo de sangre que fluye de la nariz o de la boca, y fuera del lugar en donde fue acostado la noche anterior (6). Otros informes señalan que el cadáver tiene huellas de dientes de animal o pequeñas marcas rojas en diferentes partes del cuerpo (1) (7). En Tlaxcala, las descripciones señalan que el agredido presenta moretones, ronchas en el pecho y en la espalda y, en ocasiones, en las orejas y en el cuello (8).

Los mazahuas y pames consideran que no siempre se verifica de inmediato la muerte del atacado, sino que el proceso que conduce a ella puede ser paulatino (3) (7). Los trastornos más comunes son fiebre, vómito, falta de apetito y debilidad (1); también hay pérdida de peso, palidez y llanto excesivo (7). Entre los pames, se dice que existe curación para este mal: cuando es grave, acuden con un hechicero; si no es serio, se confía en la actuación del curandero, quien restituye la salud con la ayuda de remedios de calidad fría (1) (V. frío-calor).

Para prevenir el ataque de las brujas, los otomíes aconsejan colocar tijeras abiertas, agua bendita, oraciones impresas, alfileres o cuchillos en lugares estratégicos de la casa, o cerca de la cabecera del infante, pues, de lo contrario, aunque el hogar sea cuidado por un perro bravo, la bruja podrá pasar echando su vaho adormecedor. Cabe señalar que muchas veces, dichos objetos también resultan ineficaces (4) (6).

Aunque el ataque puede perpetrarse en contra de cualquier persona, se asegura que las malvadas sienten especial atracción por los viejos y los niños; son estos últimos los que corren más riesgo, y el periodo de mayor peligro son los primeros doce meses de vida (5) (8).

Por la riqueza de la información, vale la pena señalar por separado los testimonios de la población tlaxcalteca, nahua y mestiza que habita en las faldas de La Malinche. Para ellos, la acción ejecutada por este tipo de bruja, a la que denominan tlahuelpuchi, provoca la muerte inmediata. Asimismo, mencionan que aunque en ocasiones pueden ser afectados niños mayores de cinco años y adultos, la incidencia más alta se observa entre infantes de tres a diez meses, en especial del sexo femenino. Se piensa que esto se debe a que la sangre de un menor de tres meses, aún no resulta demasiado atractiva para la tlahuelpuchi, a diferencia de aquélla de un pequeño que ha sido alimentado con leche materna durante varios meses. El mayor número de ataques en infantes del sexo femenino, se explica porque las niñas no reciben los mismos cuidados que los varones.

Ante el numeroso registro de defunciones por chupada de bruja en esta región, Hugo Nutini elaboró un estudio minucioso del fenómeno, con base en la revisión y análisis de cuarenta y siete casos, que le permitieron llegar a cinco conclusiones que pudieran ser las causas reales de las muertes.

a) La muerte sucede por asfixia. Hay evidencias de que en dieciséis casos, la madre amamantó al niño durante la noche y, en forma accidental, lo aplastó al quedarse dormida. En estos reportes, se indica que la madre presentaba moretones en uno de los pezones.

b)El niño fallece asfixiado en su cuna debido al exceso de mantas que lo cobijan. Resulta interesante acotar que la mayoría de las muertes por chupada suceden en los meses fríos y durante la temporada de lluvias.

c) El infante muere por ahogo, es decir, por obstrucción de las vías respiratorias. Aquí hay que señalar que el mayor número de fallecimientos atribuidos a la tlahuelpuchi, ocurre en la noche; sin embargo, algunos suceden durante el día. Esto es importante, pues las defunciones por ahogo generalmente acontecen alrededor de las horas en que se alimenta al niño. Nutini encontró que después de amamantarlos, las madres no acostumbraban provocar el eructo ni acostar boca abajo a sus hijos. Así, es posible que la leche haya pasado a sus vías respiratorias, o bien, que los pequeños se ahogaran debido a un ataque de vómito. Incluso, en un caso, había rastros de vómito en la cuna. Además, parece ser que la muerte por ahogo no presenta las mismas manifestaciones que la asfixia; no aparecen los moretones característicos, ni la coloración azulada en la cara, cuello y pecho. Esta falta de signos distintivos, ocurrió en los cinco ejemplos que el autor postula como muerte por obstrucción de vías respiratorias.

d) Infanticidio. En este punto, Nutini sólo ofrece evidencias indirectas; menciona varios mitos donde la diosa de la montaña, La Malinche, castiga a una señora que mató a su propio hijo con el fin de atemorizar a su suegra; hace hincapié en el hecho de que los matrimonios jóvenes residen unos cuantos años en la casa de los padres del novio, situación que genera relaciones muy tirantes entre nuera y suegra. En dos de los casos estudiados, las relaciones entre los parientes políticos eran pésimas, y los vecinos sugirieron, de manera velada, la posibilidad de un infanticidio. Uno de ellos le confesó al investigador:

Ya sabe usted compadrito lo descuidadas que a veces son las madres; nunca puede uno estar enteramente seguro de que sí fue la tlahuelpuchi la que se chupó a la creatura; sé de varios casos en que no fue la tlahuelpuchi la responsable de la muerte de una creatura; sabíamos que Pilar odiaba a su suegra, pero no para tanto; la conducta de Pilar se me hizo muy rara, pero ni quiero pensar en lo que realmente pasó (8:254-255).

e) La muerte de cuna o síndrome de muerte infantil. Nutini no entra en detalles, ni explica en qué consiste este síndrome. Sin embargo, dos patólogos de la Universidad de Pittsburgh le sugirieron esta posible causa de muerte.

Resulta interesante conocer la conducta que se debe adoptar ante una muerte de este tipo. La casa, el difunto y sus familiares deben someterse a una serie de rituales de purificación. Para este fin, se contratan los servicios de un tezitlac, especie de granicero-hechicero, que al parecer sólo existe en Tlaxcala. En el centro de la vivienda colocan una cruz oblicua hecha con madera de pino, pues según las creencias locales, el pino tiene la virtud de alejar el mal; la forma oblicua de la cruz hace alusión a la manera en que la tlahuelpuchi comete su fechoría, ya que antes de introducirse a la casa de su víctima, salta dos veces por encima del inmueble, describiendo una cruz oblicua. Por lo tanto, la cruz del velorio manifiesta el tipo de fallecimiento acaecido, es decir, una mala muerte. Disponen el cuerpo desnudo del infante sobre la cruz, y a sus pies, un incensario con copal. El tezitlac toma el brasero y camina tres veces alrededor de la cruz en el sentido de las manecillas del reloj, y otras tres en sentido contrario. Mientras camina recita oraciones a san Lorenzo, san Juan Bautista, La Malinche y Cuatlapanga, siendo estos dos últimos los dioses tutelares de las montañas homónimas que dominan el valle de Tlaxcala. Una vez terminado su recorrido, el curandero vuelve a depositar el incensario al pie de la cruz. En seguida, toma un manojo de ramas de capulín (Prunus capuli), hojas de una planta parásita del pino llamada ocoxochitl (?) y raíces secas de agave, y limpia con ellas al difunto tres veces, mientras invoca a Dios, a la Virgen y al patrono del pueblo.

Debido a las costumbres locales, los parientes no pueden tocar a sus muertos, razón por la que buscan a una persona no emparentada con el niño para que lo deposite en un ataúd de madera. Luego, el tezitlac limpia a la madre, quien antes se ha puesto contra la pared con los brazos extendidos, adoptando la forma de una cruz. Con el mismo manojo que utilizó para limpiar al pequeño, el terapeuta barre a la señora tres veces, empezando por los pies, siguiendo con un brazo y terminando en el otro. Le pide que descubra su pecho y lo frota con hojas de zoapatl (Uppricata ingenitus); después, le ordena que bese el pie de la cruz. El zoapatl es guardado por el curandero para dejárselo a la tlahuelpuchi. Quizá este proceder se deba a que existe una especie de acuerdo entre la bruja y el terapeuta -ambos manipuladores de lo sobrenatural- de tal suerte que estas hojas empleadas en la purificación deben ser destruidas por la malvada que causó la muerte. Por últimoel especialista limpia la vivienda, barriendo paredes, puertas y ventanas con el mismo manojo de plantas previamente utilizado. Al terminar, en forma paralela entierra el ramo junto al temazcal familiar, y mirando hacia el norte, recita una plegaria en náhuatl.

Al día siguiente se sepulta al infante. El funeral sigue un patrón especial, ya que no hay música -como sucedería en el caso de una muerte natural- ni se llama al cura para que pronuncie las últimas palabras. Al regresar a su casa, los padres queman toda la ropa y demás pertenencias de su hijo; hacen todo lo posible por olvidarlo, e incluso se abstienen de llevarle flores a la tumba, o de ofrendarle viandas en el altar familiar durante la fiesta de Todos Santos (8).

Índice de Autores

(1)Chemin Bässler, H., 1984.

(2)Ryesky, D., 1976a.

(3)Galinier, J., 1990.

(4)Lagarriga, I. et al., 1977.

(5)CamposNavarro, R., 1990.

(6)Guerrero Guerrero, R., 1983.

(7) Manrique Castañeda, L., 1971.

(8) Nutini, H., et al., 1993.

AT y DM