Biblioteca Digital de la Medicina Tradicional Mexicana
Universidad Nacional Autónoma de México
Diccionario Enciclopédico de la Medicina Tradicional Mexicana
Perro

Al considerar la agudeza de sus sentidos, el hombre ha dado pie a la vieja creencia en que el perro tiene la capacidad de ver lo que el ojo humano no percibe, así como de advertir la cercanía de los brujos, el diablo, la enfermedad e, incluso, la muerte. Debido a su lealtad se afirma que es capaz de dar su vida a cambio de la de su dueño, recogiendo las desgracias que ponen en peligro su existencia.

En Tamulté de la Sabana, Tabasco, los chontales afirman que cuando un perro aúlla es porque tiene hambre o presiente una enfermedad; asimismo, mencionan que el perro tiene un gran poder para proteger a su amo a costa de su vida, al percibir la presencia de la enfermedad enviada a éste; el animal la recibe retorciéndose de dolor como señal de que era enviada a la familia con la que vive (1). Informantes nahuas y zoque-popolucas de la región de los Tuxtlas, Veracruz, dicen que el animal aúlla cuando detecta a los brujos o al diablo. Su cráneo sirve para proteger la casa, los árboles frutales y las siembras, de las almas de los muertos. Cuando alguien muere, se coloca una cabeza de perro en los frutales para evitar que se sequen por el calor que despiden las almas de los difuntos (2).

Su agudeza visual ha dado curso a la práctica de utilizar sus lagañas aplicándolas sobre el lagrimal para curar al que padece debilidad de la vista (3). Curanderos zoques de Tapalapa, Chiapas, todavía recurren al uso de las chinguiñas de perro negro untadas en los ojos, cuando se ven imposibilitados para establecer un diagnóstico -generalmente cuando se trata de un espanto-, con el fin de "ver" con mayor potencia todo aquello imperceptible para el ojo humano. Se afirma que esta práctica es altamente peligrosa ya que "se ven cosas malignas", y sólo una persona preparada está capacitada para hacerlo (4).

En Morelia, Michoacán, aún se reporta la vieja creencia en que puede curar la epilepsia: "... en el momento en que se siente venir el ataque, hay que abrazar a un perrito pequeño y negro" (3:215) (V. ataques).

Otra práctica antigua, que al parecer ya está en desuso, es sacrificar un perro y enterrarlo junto al difunto, para que en el otro mundo le ayude a cruzar el río de sangre (2).

Olavarrieta afirma que la facultad que se les atribuye para presagiar muerte, así como de percibirla cuando ronda la casa de su dueño, parece encontrar su origen tanto en la tradición de los antiguos mexicas como en la ibérica. "Fuentes europeas reportan la creencia en que el perro puede ver a los espíritus y prever desgracias y muerte, y se les considera también acompañantes de los muertos al más allá..." (5:216). Dentro del mundo prehispánico el itzcuintli juegaba un papel similar como guía al mundo de los muertos.

Por su parte, Viesca y de La Peña, por medio de un análisis de la información proporcionada por distintas fuente históricas, mencionan que la hiél del itzcuintli se recomendaba para el tratamiento de la epilepsia, que quizá pueda entenderse por el principio de semejanza en las crisis convulsivas que presentan frecuentemente los perros parasitados, aclarando que es sólo una elucubración, pues el principio de semejanza queda además inmerso en un contexto cosmogónico-religioso, difícil de desentrañar.

El perro como signo calendárico, se asocia a Xólotl, el gemelo de Quetzalcóatl, que lo acompaña en su viaje infraterrestre y que, por lo tanto, es también el encargado de acompañar a los difuntos en sus caminatas por el mundo de las tinieblas; probablemente ésta sea también su misión en el paciente epiléptico: conducirlo sano y salvo por los sitios extraños que pueda recorrer su alma tanto durante las crisis como durante el periodo de inconsciencia que le sucede... (6:285).

Índice de Autores

(1) Pérez Salvador, A., 1987.

(2) Münch Galindo, G., 1983.

(3) Campos, T. de M., 1979.

(4) Reyes Gómez, L, 1988.

(5) Olavarrieta Marenco, M., 1977.

(6) Viesca Treviño, C, 1974.

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