Náhuatl. Limpia. Procedimiento terapéutico y preventivo, realizado en Ixhuatlán de Madero, Veracruz, con la finalidad de expurgar al paciente y sus familiares de enfermedades causadas por la intrusión de un espíritu o aire patógeno. Su complejidad, duración y costo, varía según sea la gravedad del malestar (V. mal aire).
Cuando el afectado o sus familiares solicitan los servicios del terapeuta, éste determina la fecha propicia para llevar a cabo el ritual, y les pide a sus clientes que consigan tabaco, refrescos, velas, aguardiente, gallinas, un huevo, copal, flores y las hierbas sagradas necesarias. El día señalado, se presenta en la casa del enfermo. De su morral, extrae varios pliegos de papel higiénico de diferentes colores, y los corta a semejanza de los aires que desea invocar. Por lo regular, las figuras son antropomorfas y de ambos sexos. A pesar de existir un patrón general, cada especialista tiene sus propios diseños (V. figuras de papel).
Terminada la confección de imágenes, el curandero hace pequeñas rajaduras en una servilleta, siguiendo una delineación geométrica. Esta, hoja recibe el nombre de cama, y sobre ella acuesta los silfos de papel. Al mismo tiempo,las mujeres de la casa empiezan a cocinar los platillos ceremoniales. Si se trata de una terapia simple, éstos pueden ser masa de maíz cocida y café; en cambio, las curaciones complejas requieren de tamales, caldo de carne, chocolate, dulces de amaranto, pan y tortillas. Por su parte, los demás integrantes de la unidad doméstica, elaboran adornos florales, llamados xochichihualistli, para decorar el altar familiar. Dicho tabernáculo siempre está presente en los hogares nahuas; forma parte del mobiliario y desempeña funciones importantes en la liturgia cotidiana.
Paso seguido, el curandero deposita brasas y pedazos de copal en un incensario. Mientras entona cánticos, sujeta la gallina destinada al sacrificio por sus patas, la suspende un momento en el humo aromático, y le rompe el pescuezo. Una vez muerta, la entrega a las cocineras para que la guisen. A continuación, el terapeuta monta en el piso una compleja escenografía, representativa de la cosmovisión indígena. En medio de la habitación, coloca las muñecas de papel. Alrededor de ellas, dispone un gran aro hecho de bejuco y flores. Fuera de este círculo, acomoda cuatro velas de sebo, de tal suerte que constituyen las esquinas de un cuadrilátero. En el arreglo, figuran también manojos de hierbas fragantes. Sobre los recortes, pone las ofrendas, que incluyen botellas de refresco, café, platillos de comida, arreglos florales, veladoras y tierra de la milpa del enfermo.
El especialista vocaliza salmodias en las que llama a los aires por sus nombres, los invita a tomar las ofrendas e implora por la salud de su paciente. Le pide a éste que se ponga de pie, y, con un manojo de plantas y muñecas, le da masajes en todo el cuerpo. Después, toma el aro de bejuco, lo sujeta encima de la cabeza del enfermo como si fuera un inmenso halo, y lo desliza a lo largo de su cuerpo, hasta llegar a los pies. Repite esta acción siete veces, y después sahuma al doliente con humo de copal.
Nuevamente entona plegarias, mientras derrama aguardiente en torno al escenario desplegado en el piso, encerrando así a los aires y sus emanaciones en un círculo mágico. Toma porciones de la comida ritual y las rocía sobre cada imagen de papel. Luego recoge las figuras y las rompe violentamente, mientras sopla encima de ellas. Según las creencias locales, esta brusca maniobra confunde a los espíritus y los obliga a retirarse.
El curandero hace un atado con las trizas de papelería, las hierbas aromáticas y los fragmentos de vela. Con él barre al enfermo y a sus parientes. Posteriormente lleva el atado a un lugar apartado y boscoso, y lo entierra. Así, aleja del poblado la enfermedad -ya contenida en el fardo-, con la intención de proteger a los habitantes de un contagio ulterior.
Si bien la ceremonia ochpantli sigue a grandes rasgos este patrón, existen tantas variaciones como curanderos que la ejecutan. Incluso, es probable que un mismo terapeuta modifique ligeramente el ritual cada vez que lo practica. Por ejemplo, puede complementarse con ofrendas en seis sitios adicionales, a saber: el fogón, la entrada de la vivienda, una vereda, un crucero, el lugar donde el paciente acostumbra bañarse y al pie de una ruina prehispánica de las muchas que abundan en la región. Sin embargo, no siempre se lleva a cabo este circuito místico. Al respecto, Sandstrom menciona un fenómeno interesante: algunos médicos nahuas han aprendido su oficio de maestros otomíes, y por ende constituyen una facción reconocible entre el gremio local de curanderos; por lo regular, se abstienen de la procesión antes señalada, y se contentan con realizar el ochpantli en un solo lugar. Otra variación reportada por Sandstrom, ocurre cuando los aires que dañan al paciente emanan de la envidia y chismes de sus vecinos. En este caso, el terapeuta recorta los silfos de papel, y además las efigies de los envidiosos, cada una con su nombre inscrito y con las manos tapándose la boca. De esta manera, el ritual persigue una doble finalidad: expulsar a los aires y poner fin al hostigamiento de los vecinos (1).
(1) Sandstrom, A. R., 1991.