Del Náhuatl toloatzin. También toloachi, toluache (1). Lengua Indígena: Huichol kieri (2 y 3). Maya chamicó(1). Náhuatl toloa, toloatzin (4). Tarahumara dekúba (5), tikúwari, uchurí, wichurí (6)
Nombre vernáculo con el que se conoce a varias especies de arbustos de actividad psicotrópica, pertenecientes al género Datura, de la familia Solanaceae, entre las que destacan D. stramonium y D. inoxia. En forma indistinta, suele aplicarse este nombre a las diversas especies de este género, sin hacer precisiones taxonómicas entre las especies y entre las posibles diferencias en el grado de toxicidad de cada una de ellas.
La información etnográfica refiere su uso principalmente entre las etnias del norte, tal el caso de mayos, seris, yaquis, tarahumaras y huicholes (7). Los datos etnobotánicos revelan que se reconoce a la planta como una especie peligrosa. Los tarahumaras temen a la dekúba; viejos reportes indican que no cualquiera debe tocarla y mucho menos arrancarla, pues quien lo haga puede enloquecer o morir. El hechicero del peyote o peyotero es el único que cuenta con la fuerza y protección necesaria para poder quitar las que crecen cerca de las viviendas, sin sufrir daño alguno (5). Pese al temor que se le tiene, la planta goza de un gran prestigio medicinal, pues se dice que posee un "espíritu muy fuerte", a lo que se atribuye su potencia curativa; las hojas se aplican sobre la frente para aliviar los dolores de cabeza, pero deben ser retiradas poco tiempo después, ya que de no hacerlo así, el paciente puede enloquecer. Pennington describe varias aplicaciones médicas, así como la adición de las semillas, hojas y raíces a la bebida ceremonial llamada tesgüino, preparación que produce visiones y sensaciones de bienestar (6).
Kieri es el nombre dado por los huicholes al toloache, planta importante en su culto, a la que se ofrenda con temor y respeto. Según la mitología huichola, kieri entabló un duro combate con el peyote (V. Lophophora williamsii), del cual salió vencido. De aquí que ambas especies se consideren antagónicas: la primera como protectora de los brujos, y la otra como defensora e intermediaria de los curanderos (V. mara´akáme). Es así que kieri es personificado como un brujo peligroso que puede desencadenar locura permanente y muerte.
Con la encantadora música de su violín, kieri atrae a los incautos y los convida a que prueben sus hojas, sus flores, sus raíces y sus semillas. Pero quien obedece sus ardides sufre locuras o la muerte; la gente embrujada por kieri se creerá pájaro, por ejemplo, capaz de volar hasta las rocas más altas, pero a no ser que sea salvada por la ayuda de un chamán y de kauyumarie, encontrará la muerte al estrellarse abajo. O, si cede a las insistencias de kieri y come más y más de él, caerá en un sueño profundo y nunca despertará, porque sola el chamán sabe de qué manera tratar con un brujo semejante. Sin embargo, uno debe respetar a kieri por su poder sobrenatural, y cuando se le encuentra se deben depositar las ofrendas correspondientes, como flechas de plegarias, y cuando se pasa frente su morada rocosa a cierta distancia, hay que hacer apropiados gestos rituales en esa dirección (2:236-237).
La idea de que el toloache puede provocar trastornos mentales (V. locura), no es creencia exclusiva de los grupos norteños.
El saber popular lo inscribe dentro de la magia amorosa; así, es mezclado furtivamente, en dosis bajas, en las bebidas y alimentos, para lograr el dominio o amor de la pareja deseada. Resulta común entonces calificar de "entoloachado" (atontado en los Tuxtlas, Veracruz) al que se encuentra muy enamorado, y más aún al que dominan en su totalidad, carente de voluntad propia, estado que se considera irreversible.
En general, las referencias populares y los escasos datos etnográficos sobre el uso actual del toloache, giran en torno a sus propiedades tóxicas, que conducen a la locura. Sin embargo, Díaz afirma que puede constituir un peculiar elemento curativo en psiquiatría.
De gran interés ha resultado su uso psicoterapéutico en situaciones de terapia de shock, por ejemplo, en los alcohólicos crónicos a quienes el curandero administra dosis altas de estas potentes drogas, que evocan un estado prolongado de despersonalización, agitación y crisis que pueden determinar una revaloración de la existencia y un cambio permanente de conducta (8:244).
En el ámbito terapéutico se reconoce su eficacia para aliviar los dolores de huesos, reumas y artritis, aplicando localmente el macerado acuoso o alcohólico de semillas y hojas. Asimismo, las mujeres yaquis emplean dicho macerado o un ungüento preparado con grasas y hojas, para frotarse el vientre y mitigar los dolores en vísperas del parto (7) (9).
El toloache posee una larga historia como medicamento, alucinógeno y narcótico; fue de gran importancia para los antiguos nahuas, quienes llamaban toloatzin o toloa, tlápatl o tzitzintlápatl a varias especies del género Datura. En los Códices matritense y florentinose describe al tlápatl como una planta con flores en la parte superior (en la fronda) empleada por el que padece de gota, coacihuiztli, o por el que tenía hinchado el cuerpo. De toloase dice que es medicina para las calenturas con frío (intermitentes), y que se aplica en la zona externa en que se encuentra la gota pues donde se unta, calma, empuja y saca el mal. En la obra de Martín de la Cruz, son variados los usos atribuidos a estas plantas: las hojas molidas de toloa y tlápatl se untaban bajo las orejas para tratar los malestares producidos por los oídos purulentos; el toloa se aplicaba también en lugares donde aparecían "aguaduras" o "tumorcillos esponjosos", y como ungüento contra "el dolor de costado" (4). Lozoya hace notar que el uso destinado a estas plantas, según dicho Códice, sólo aparece en su aplicación tópica, sin que se mencionen sus efectos intoxicantes, debido, seguramente, a la censura que se ejercía en el Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco, donde fue escrito el libro. Asimismo, menciona que las voces toloa, toloatzin y tlápatl fueron cediendo su lugar a la de toloache, término con el cual se identificó a varias plantas, todas pertenecientes al género Datura, por lo que en las obras médicas de los periodos ulteriores se hace referencia a los "toloaches" como un grupo de plantas con propiedades similares (4).
Ellas han merecido un gran interés científico, en. particular como fuente de compuestos con propiedades terapéuticas, analgésicas locales, antinflamatorias y psicotrópicas. Por su efecto, las daturas son catalogadas como delirógenos. Es decir, producen un estado de ofuscamiento de la conciencia, disminución de las funciones intelectuales, incapacidad de concentración, desorientación, distorsión de la percepción e inquietud; el pensamiento se torna fragmentario y se pierde la atención; se estimula la imaginación visual y la fantasía, haciendo que el sujeto confunda la ensoñación con la realidad; además, se presentan modificaciones emocionales que oscilan entre estados de excitación, furia y estupor. Es un cuadro semejante al síndrome psicorgánico agudo que se presenta en diversos trastornos metabólicos, infecciosos y tóxicos del sistema nervioso central (8). Los principales responsables de estos intensos efectos son dos alcaloides del tropano (la escopolamina y la atropina), distribuidos en toda la plantar pero con mayor concentración en las semillas, los cuales actúan sobre el sistema nervioso central (8 a 10). Es interesante notar que existen datos experimentales que sugieren una posible explicación de sus efectos analgésicos en uso externo, relacionados con la liberación de histaminas de la piel (4).
Por último, cabe mencionar que el uso del toloache con fines estimulantes es sumamente peligroso; de ello dan cuenta algunos reportes sobre cuadros de intoxicación, e incluso la muerte, de jóvenes que lo han ingerido a instancias de diversas lecturas que reportan la planta como un psicoactivo más, sin considerar los efectos adversos de una sobredosis.
(1) Aguilar Contreras, A. et al., 1982.(2) Furst, P., 1980.(3) Vázquez Castellanos, J. L, 1987.(4) Lozoya Legorreta, X. et al., 1982.(5) Bennett, W. C. et al., 1978.(6) Bye, R., 1975.(7) Pérez de Barradas, J., 1957.(8) Díaz, J. L, 1984.(9) Schultes, E. Ret al., 1982. (10) Schultes, E. R., 1982.