Sinónimo(s):: eclís (Qro) (1). Lengua Indígena Maya chi´ba k´in, eclipse de sol; chi´ba u eclipse de luna (2). Mixe po´o´ kp-i-, eclipse de luna; s-i-:´o´ kp eclipse de sol (3). Náhuatl mokua toyeetsiin, eclipse de luna (Ver) (4).
Suceso nefasto manifestado por la desaparición parcial o total de la Luna o el Sol. De él se desprenden enfermedades que afectan de manera especial a las embarazadas y a sus hijos en gestación (V. tencuacho). También adquiere dimensiones apocalípticas, pues es creencia común que durante un eclipse está latente el fin del mundo. Si bien existe la idea de que este fenómeno se debe a una batalla entre la Luna y el Sol, diversos pueblos indígenas pregonan que los astros son atacados por algún espectro mitológico con forma animal.
Según el pensamiento otomí del norte poblano, el eclipse lunar deviene de una conflagración entre el satélite y las estrellas. Puesto que la Luna interviene en la concepción humana y el subsecuente desarrollo embrionario, su inesperado menguar acarrea malformaciones fetales. Los niños con brazos torcidos, labio hendido -llamado popularmente leporino-, patizambos o sordomudos, sufrieron los efectos del fenómeno durante su vida intrauterina. No obstante, tales daños pueden evitarse: la embarazada debe prenderse listones o tijeras en su falda al momento de advertir el cataclismo; asimismo, debe abstenerse de orinar o defecar al aire libre (5 y 6). Por su parte, el eclipse de sol responde a una agresión selenita en contra de la lumbrera. Si ésta llegara a perder el combate, la humanidad sería destruida con enfermedades y epidemias. Por tal razón, los otomíes tienen la costumbre de hacer un gran escándalo, disparando cohetes y pistolas, o golpeando cacerolas, para ahuyentar el peligro que se cierne sobre el fuego celeste (6). Esta costumbre ruidosa no es exclusivamente otomí; los yaquis de Sonora (7), los pobladores del Bajío (8) y los mayas de Yucatán (2), también gritan y golpean metales con el fin de protegerse.
Si bien los morelenses temen estos eventos astronómicos, sus miedos acrecientan cuando desaparece la Luna. Las deformaciones físicas que esto conlleva en la gestación, además de las ya mencionadas para el caso otomí, son manchas en la piel, la falta de un miembro, una oreja, parte de la nariz e incluso el cerebro entero. A modo de prevención, las mujeres portan unos seguros cruzados en su ropa íntima, o un espejo; durante la noche dejan junto a su cama unas tijeras abiertas o un recipiente con agua (9 y 10).
Los nahuas y popolucas del istmo veracruzano mantienen creencias similares; también afirman que los eclipses lunares truncan el desarrollo normal del embarazo. Las mujeres preñadas deben mojarse el rostro, pues de lo contrario sus hijos nacerán "comidos de luna", es decir, con labio hendido (V. comido de luna). Pero el suceso no sólo afecta al feto; los infantes de escasa edad pueden quedarse "chaparros". Por consiguiente, es menester tomarlos de la cabeza y alzarlos, con el fin de garantizar su crecimiento sano (11).
De acuerdo con lo dicho hasta aquí, parecería que cada tipo de ocultamiento acarrea efectos diferenciados: el del Sol la hecatombe, y el de la Luna malformaciones congénitas. Sin embargo, los datos etnográficos desmienten tal aseveración. En el pensamiento de los matlatzincas mexiquenses, ambos producen deformidades en el feto (V. toxúbe) (12); y a juicio de los tzeltales chiapanecos, tanto el uno como el otro anuncian el fin de la humanidad (13). Pero en lo tocante a la prevención, sí destacan dos modalidades: para evitar malformaciones en sus hijos por nacer, las embarazadas deben llevar consigo algún objeto de metal, un espejo o bien realizar ciertas operaciones con el agua, mencionadas arriba; en cambio, detener el apocalipsis es una responsabilidad colectiva, pues todo el pueblo debe salir a la calle para armar un alboroto.
A juicio de los mixes, el oscurecimiento anormal del satélite y el luminar producen manchas negras en el cuerpo, y la muerte en los paridos ese día. Vaticina el deceso de mujeres, si es de luna, y de hombres, si es de sol. Para prevenir estas calamidades, la gente acude a la iglesia y bebe agua bendita (3).
Entre los grupos mayenses de Chiapas, Tabasco y la península de Yucatán, la teoría en torno a este acontecimiento revela algunos matices peculiares. Su agente causal es un animal mitológico, sea jaguar, serpiente, lagarto u hormiga. De esta manera, los yucatecos afirman que las xulab, himenópteros de color rojo, atacan en masa al Sol o a la Luna. Por su parte, los lacandones hablan de una serpiente o una iguana. Según los choles, el depredador cósmico es un jaguar. Los tzotziles de Zinacantán le atribuyen los eclipses a muk´ta k´anal, el planeta Venus. El credo zinacanteco pareciera así salirse de la norma, pero Closs sostiene que los animales antes mencionados son representaciones del lucero, aun cuando no lo hagan explícito los choles, lacandones y mayas. El autor se basa en textos indígenas precortesinos y coloniales, como el Códice de Dresde, los libros del Chüam Balarn y El ritual de los bacabes. En ellos, las numerosas alusiones al planeta Venus adoptan formas zoológicas, y su relación con los eclipses es marcada. Posiblemente, la antigua creencia haya perdido parte de su contenido al pasar el tiempo, salvo en el caso zinacanteco. Así, quien diga "el jaguar se come a la Luna", quizá no esté consciente de la carga astrológica que guarda el enunciado (2).
De cualquier manera, para los grupos mayenses, los efectos patógenos de un eclipse son parecidos a los ya mencionados por otras etnias. Produce malformaciones fetales como manchas en la piel -negras si es de sol, y rojas si es de luna-, extremidades deformes y labio hendido. Además, vaticina el fin del mundo. De igual forma que en otras regiones del país, se acostumbra hacer un borlote para deshacer tan nefasto acontecimiento (2).
Las creencias en torno a este suceso tienen sus raíces en la tradición prehispánica. Fue un eclipse solar, antecedido por un periodo de heladas y sequías, lo que indujo a los señores del Anáhuac y del valle de Tlaxcala a formalizar las Guerras Floridas, combates rituales cuyo único fin era la captura de prisioneros para el sacrificio (14). En el ámbito familiar, las embarazadas debían colocar sobre su vientre un trozo de obsidiana para cuidar a su vástago de los efluvios dañinos liberados durante tales oscurecimientos. Hoy en día, el objeto metálico suplanta al ígneo, pero el procedimiento sigue siendo parecido. Aun así, existen medidas preventivas de origen europeo. Según Olavarrieta, la práctica de cubrir el vientre materno con un listón o tela roja -común en los Tuxtlas, Veracruz, y entre los otomíes- "no se encuentra registrada para tiempos prehispánicos" (15). Además, menciona algunas creencias españolas convergentes con las de los antiguos mesoamericanos:
[En España] el `labio leporino´ se atribuye al hecho de que la embarazada haya sentido deseos de comer carne de liebre... De esto último surge un interesante paralelismo, ya que en Europa la liebre se encuentra estrechamente asociada con la Luna, igual que en el mundo prehispánico... (15:211).
Por último, cabe mencionar que la literatura etnográfica moderna parece concederle mayor importancia al eclipse de luna, lo que quizá se deba a que si bien éste no es tan frecuente como el de sol, dura más tiempo, y se puede observar en un área mucho más amplia. En efecto, durante la década de los ochenta, el mundo presenció veintidós desapariciones solares, y sólo trece lunares. Sin embargo, las primeras se observaron en zonas restringidas, muchas veces únicamente sobre los océanos; en cambio, las segundas tuvieron un mayor número de espectadores (16).
(1) Carrasco Pizana, P., 1945.(2) Closs, M. R., 1989.(3) Lipp, F. J., 1991.(4) Sedeño, L., et al., 1985.(5) Galinier, J., 1987.(6) Galinier, J., 1990.(7) Ochoa Robles, H. A., 1967.(8) Salgado Herrera, A., 1985.(9) Álvarez Heydenreich, L., 1987.(10) Mellado Campos, V., et al., 1989.(11) Münch Galindo, G., 1983.(12) Fragoso, R., 1978.(13) Nash, J., 1975.(14) Ixtlixochitl, F. de A., 1965.(15) Olavarrieta Marenco, M., 1977.(16) Aveni, A. F., 1980.