Sinónimo(s): Caída de la campanilla, caída de varillas (1), desbarbillarse (2), desvarillados (1), mollera caída (3 a 7). Lengua Indígena: Huave miih omal (8). Mixe amuc tec aac, el que vela la entrada de la casa (9). Náhuatl cuahuestec, caída de la cabeza (9), montentzoponiz (2) (10). Purépecha juriati pani (11), juriati uacopakua (4). Totonaco ak anit ist ak chuchut, cabeza sumida (9). Yaqui choa weechia (1). Zapoteco veta lulavi, se bajó la mollera (9).
Padecimiento propio de los infantes, aunque no exclusivo de este sector de la población, pues también afecta a los adultos.
Su incidencia se atribuye sobre todo a causas de índole mecánica, como caídas y movimientos bruscos. En el caso de los niños, se manifiesta por la depresión de la fontanela anterior, llamada mollera, y la dislocación de la bóveda palatina; también suelen presentarse diarrea, vómitos, calentura y debilidad, entre otros síntomas. Los adultos no presentan la peculiar depresión de la fontanela anterior, pero sí la dislocación de la bóveda palatina, además de desgano y debilidad; en este grupo de edad, la causalidad del malestar está determinada por cargar cosas pesadas sobre la cabeza o por caídas violentas.
Algunas comunidades mencionan dos tipos de molleras: la de "adelante", que corresponde a la fontanela de la unión parieto-oriental, y la de "atrás" o unión parieto-occipital (12).
Si bien la causalidad de la caída de mollera es atribuida a que el niño se cae, o bien a que es "zangoloteado" -trato brusco, ya sea por cargarlo mal o en vertical con la cabeza para abajo-, intervienen también otros procesos causales. Destaca el retiro repentino del pezón materno cuando el infante está mamando (7) (13 y 14). En Michoacán, aparte de los procesos antes mencionados, se añade que es provocada por un susto fuerte. (4) (11) (15 y 16). Similar creencia tienen los nahuas de la sierra Norte de Puebla, donde la mollera hundida es indicio de la pérdida del tonalli (17). Los huaves y los yaquis relacionan el malestar con la penetración de una corriente fría al interior del cuerpo, mecanismo que describen diciendo: "el niño se sienta sobre la tierra fría, el frío le va a la cabeza y la mollera se cae" (8) (14). De manera análoga, los nahuas de Milpa Alta, Distrito Federal, consideran que la mollera de un niño, por no estar endurecida, puede permitir el paso de un aire u otra corriente fría; por este motivo, cubren la cabeza del bebé durante su primer año de vida (3) (V. frío-calor). Los mixtecos mencionan que además de las caídas y brusquedades, la fontanela anterior se puede deprimir a raíz de un antojo insatisfecho (18). Para los kikapúes de Coahuila, así como para la población de la costa de Guerrero, la afección es secuela de un episodio de diarrea o vómito (7) (19). A diferencia de lo que sucede en otras regiones del país, en la costa grande de Guerrero se considera que es más frecuente en los meses de calor (en otras localidades de la república se enfatiza que la mollera se puede caer sin tener esto relación alguna con el clima o la temporada del año) (7) (9). Los kikapúes consideran también que si una embarazada ve a alguien matar a una víbora de cascabel, su hijo nacerá proclive a sufrir este padecimiento (19). Otro proceso causal, reportado en Veracruz y distinto de los anteriores, es atribuido a la ingestión de pastillas anticonceptivas por parte de la madre; si queda preñada, el crío será propenso a padecer la caída de mollera (20).
La depresión del cráneo constituye el signo morboso más común entre la población infantil, aunque también es frecuente la caída o dislocación del paladar. Otras manifestaciones importantes son: diarrea -frecuentemente de color verde-, calentura, vómito, palidez, ojeras, lloriqueo, desgano, falta de apetito, párpados caídos, dormir con los ojos semiabiertos y presentar una pierna más corta que la otra (algunos autores argumentan que este último signo es muy frecuente; sin embargo, pocas veces es mencionado en la literatura etnográfica) (9). En Michoacán, el cuadro sintomatológico se complica con la presencia adicional de dolor de cabeza, pérdida visual o auditiva y un comportamiento temeroso (se afirma que "el niño enfermo por cualquier ruido se espanta") (4 y 5) (11) (15). En otras localidades, además de lo anterior, se menciona que la mollera del niño no palpita (6) (15). Existen discrepancias en cuanto a la secuencia de aparición de los signos mencionados, pues generalmente la depresión de la fontanela provoca el síndrome diarreico; sin embargo, con frecuencia las primeras manifestaciones son la diarrea y el vómito, seguidas después por el hundimiento del cráneo (21). Seguramente esta secuencia invertida da motivo a los kikapúes y a los habitantes de Guerrero, para considerar a la diarrea como causante de la caída de mollera. También es heterogénea la información referente a la frecuencia de las evacuaciones, puesto que para algunos informantes, ésta se caracteriza por ser muy intensa, con intervalos de diez o quince minutos entre una y otra evacuación; otros mencionan que la diarrea llega a ser ocasional, con periodos más largos entre las deposiciones (6). Otros indicios típicos de la caída de mollera son la imposibilidad de tragar alimentos -manifiesta por el "chapaleo", un ruido peculiar al chupar el seno materno-, el ahogo y la inflamación de la campanilla (6) (9) (22 a 27). Por lo regular, estos indicios son complementarios del síndrome diarreico; no obstante, se presentan también en casos donde el enfermo no sufre despeño. Un síntoma poco mencionado y sin relación aparente con la diarrea, es la hinchazón de la cabeza (8) (28). Si la enfermedad sigue su curso, el enfermo presentará arrugas en la piel, boca seca, algodoncillo y ausencia de lágrimas al llorar (6 y 7) (29 y 30).
Existen tres cuadros indicativos en la información etnográfica que parecen salirse de la norma. Uno se circunscribe al padecimiento conocido como caída de la mollera de atrás, reportado en Jalisco, donde aparte de diarrea, el enfermo presenta somnolencia y pies fríos (12). El segundo lo constituye la concepción particular de los mixtecos sobre este mal, donde la manifestación más sobresaliente es la aparición de abscesos en los oídos (18). Finalmente, los yaquis de Sonora y los nahuas poblanos consideran que la dolencia provoca como secuela el desplazamiento de un órgano adyacente al estómago, que los primeros denominan latido (14), y los segundos cuajo (6).
En el caso de los adultos, la sintomatología es menos complicada: hay hundimiento del paladar, inflamación de la campanilla, diarrea, dolor y desgano (1) (6) (14). La mollera no se desplaza, pero, según la creencia de los nahuas de Puebla, sí se les cae el cuajo (6).
El tratamiento de la enfermedad lo puede ejecutar un curandero, generalmente una partera o un familiar con el conocimiento adecuado (6) (20) (31 y 32). Debe efectuarse en la casa del enfermo, pues su traslado es considerado peligroso, dado que el malestar puede complicarse (6). Si el paciente es un niño, la curación consiste principalmente en una de cuatro operaciones, o bien, una combinación de ellas: se coloca un emplasto en la depresión del cráneo; se empuja el paladar hacia arriba; se toma al niño de los tobillos, se le voltea cabeza abajo y se le dan tres o cuatro palmadas en la planta de los pies (procedimiento denominado "embrocar"); finalmente, se succiona la fontanela sumida. Dichas operaciones -por lo regular realizadas una vez al día durante tres o cuatro jornadas consecutivas- (6) (9) (26), son de carácter mecánico, puesto que se hacen con la finalidad de colocar la mollera en su sitio. A primera vista, el emplasto sobre la cabeza no parece tener ningún efecto mecánico; sin embargo, varios informantes mencionan que tiene la capacidad de "jalar" la fontanela deprimida. Los materiales más frecuentemente usados para elaborarlo son tomate asado, clara de huevo con azúcar, rodajas de cebolla, una mezcla de alcohol y azúcar, y papel de china. Cuando un niño presenta la mollera hundida, se cree que el calor de la testa ha sido desplazado por la penetración de una corriente fría; el emplasto, considerado caliente, vuelve a templarla y, así, la mollera regresa a su posición natural (27). De forma análoga, cuando el tratamiento consiste en "embrocar" al niño, es común colocar una bandeja de agua de tal manera que su coronilla toque el líquido; la finalidad de este procedimiento es que el agua, elemento frío, capte la frialdad en la cabeza del enfermo (21). En ambos métodos subyace la lógica de repulsión de contrarios, y atracción de iguales. Otro procedimiento mecánico, usado con menor frecuencia, consiste en soplar las narinas y boca del infante; de esta manera, como si se inflase un globo, la mollera vuelve a su lugar (6) (26). Si acaso el paciente presenta las piernas disparejas, éstas se jalan sobándolas para emparejarlas. De todas las operaciones mecánicas mencionadas, la considerada de mayor peligrosidad es la de empujar el paladar (especialmente el área del paladar blando), pues se corre el riesgo de romperlo y matar al niño; incluso, si la boca del paciente está muy seca, no se recomienda el "paladeo" (6).
En aquellas comunidades donde la caída de mollera es acompañada por el desplazamiento del cuajo, parte del procedimiento consiste en sobar el abdomen del paciente, o bien envolver su cuerpo en una manta y hacerlo rodar de un lado a otro, con el fin de acomodar dicho órgano (6) (V. manteada).
La cura también incluye la ingestión de líquidos, prescribiéndose tés de albahaca (Ocimum basilicum), estafiate (Artemisia ludoviciana), canela (Cinnamomum sp.), encino (Quercus sp.), guayaba (Psidium guajava), cedrón (Aloysia triphylla), toronjil (Agastache mexicana) y, especialmente, manzanilla (Matricaria recutita) como agua de tiempo (6) (9).
Los mixtecos, quienes describen el padecimiento de manera muy singular, recomiendan dar de comer al niño el alimento antojado, así como frotarle los oídos con la misma comida; recuérdese que para este grupo, la dolencia es resultado de un antojo, y se manifiesta por abcesos en los oídos (18).
Menos complicada es la terapia en el caso de los adultos; se circunscribe al paladeo y a la ingesta de líquidos.
Si bien los datos etnográficos concuerdan al señalar que es un padecimiento frecuente en la población infantil, hay cierta discrepancia en cuanto a la edad específica en que se está más propenso a sufrirlo. Algunas fuentes reportan una mayor incidencia en infantes menores de un año (6) (21); otras indican que afecta más a niños de uno a tres años de edad (6).
Hay evidencias para suponer la existencia de esta dolencia en el discurso médico prehispánico, obviamente con otro nombre, ya que "mollera" deriva del latin mollis, que significa blando. Se reconocía a la fontanela anterior como posible puerta de escape del tonalli; además, entre los antiguos nahuas figuraba el teapatiani o curador de la mollera, quien acomodaba la fontanela caída de los niños presionándoles el paladar (9). En el apéndice al libro quinto de la obra de Bernardino de Sahagún, aparece el término motentzoponiz, que pudiera estar relacionado con el morbo actual, pues cita que:
También decían que la mujer preñada, si mascaba aquel betún que llaman tzictli, la criatura cuando naciese, que le acontecería aquello que llaman motentzoponiz que mueren de ello las criaturas recién nacidas, y causase de que cuando mama la criatura, si su madre la saca de presto la teta de la boca, lastímese en el paladar y luego queda mortal (10: 282).
En el siglo XVII, de la Serna también menciona el término motentzoponiz y lo traduce como desbarbillarse. Curiosamente, el relato que hace de la Serna es casi idéntico al de Sahagún, con la excepción de llamar al betún tepetzictli (en el vocabulario que Garibay anexa a la obra de Sahagún el tzictli es traducido como chicle, la goma de Achras sapota) (2) (10). Son significativos estos textos, pues la idea del retiro repentino del pezón materno como causa de un desplazamiento del paladar, sigue vigente en muchos pueblos indígenas y mestizos. Mascar chicle no aparece en los datos etnográficos contemporáneos como causa de la caída de mollera; sin embargo, hay un informe de Veracruz referente a tomar pastillas anticonceptivas como acción suficiente para desencadenar esta enfermedad en un recién nacido. La relación entre el chicle prehispánico y los anticonceptivos modernos pudiera parecer aventurada. No obstante, el mascar chicle en tiempos precortesianos era visto como algo deplorable, digno solamente de las mujeres públicas (10); hoy en día la mujer que usa anticonceptivos también es considerada meretriz en algunos medios, particular mente en el campo mexicano (V. anticonceptivo).
La medicina moderna considera que la llamada caída de mollera, particularmente la que afecta a los lactantes, es producto de una deshidratación (9). Ahora bien, las deshidrataciones generalmente pueden clasificarse en cuatro tipos, a saber: a) leves, donde la pérdida de agua equivale a menos de 5 % del peso corporal; b) moderadas, en las que destacan el lienzo húmedo, la fontanela deprimida, los ojos hundidos y las mucosas secas, y la disminución del peso fluctúa entre 5 y 10%; c) severas, equivalentes a una deficiencia de peso de entre 10 y 15%, y manifiestas por la cianosis, el colapso vascular y las extremidades frías; y d) fatales, donde la pérdida de peso es mayor al 20% (33).
En general, existe correspondencia entre los datos etnográficos relativos a la sintomatología y lo señalado por la medicina académica. No obstante, en algunos casos de mollera caída no figura la pérdida de líquidos. Algunos pacientes solamente manifiestan la hinchazón de cabeza, dato que aparece en aquellas circunstancias donde la diarrea no se presenta.
El hecho de que la enfermedad sea considerada como una deshidratación por los médicos titulados, es un tema conocido por los terapeutas populares; prescribir tés como agua de tiempo confirma sus preocupaciones por recuperar la pérdida de líquidos que ha sufrido el enfermo. Pero, a diferencia de los egresados de las facultades, los curanderos consideran que la ingestión de líquidos no es la parte medular del tratamiento. En este sentido, una terapeuta yaqui dice: "esto [mollera caída] es lo que los médicos llaman deshidratación, pero no se cura con sueros" (1). Desde el punto de vista de la medicina popular, la enfermedad implica un desajuste mecánico que debe ser corregido para que sane el paciente.
Resulta más difícil hacer la correlación caída de mollera-deshidratación si el enfermo es adulto, pues en este caso el síntoma más sobresaliente es la inflamación de la campanilla, posible indicio de algún proceso infeccioso.
(1) Mellado Campos, V. et al., (en preparación).(2) Serna, J. de la, 1953.(3) Bushnell, J. H., 1955.(4) Rangel. R., 1982.(5) Young, J. C., 1981.(6) Zolla, C. et al., 1989.(7) García Jiménez, S., 1984.(8) SignorinL 1. et al., 1979(9) Zolla, C. et al., 1986-88.(10) Sahagún, B. de, 1985.(11) Argueta Villamar, A. et al., 1983.(12) Alcaraz, I. A., 1981.(13) Kelly. I., 1965.(14) Ochoa Robles, H. A., 1967.(15) Sassoon Lombardo, Y., 1979.(16) Aguirre Beltrán, G., 1952.(17) Cifuentes, E. et al., 1989.(18) Mak, C., 1959.(19) Latorre, F. et al., 1976.(20) Módena, M. E., 1978.(21) Vega-Franco, L. et al., 1979.(22) Leiter Ferrari, W., 1987.(23) Grinberg-Zylberbaum, J., 1988.(24) Madsen, C., 1965.(25) Ruiz Salazar, C. L., 1989.(26) Zolla, C. et al., 1990.(27) Álvarez Heydenreich, L., 1976.(28) Palacios de Westendarp, P., 1986.(29) Anzures y Bolaños, M. del C., 1978a.(30) Delgado Lezama, J. L., 1984a.(31) Nolasco, M., 1963.(32) Kelly, I. et al., 1984.(33) Rodríguez, R. et al., 1975.