Lengua indígena: Kikapú nepwa (1). Matlatzinca nintuta(2). Mixe o´k (3). Náhuatl miquilistli (4). Otomí tu (5).
La vida llega a su fin cuando el soplo anímico más importante del individuo abandona su cuerpo. Todo ser humano está provisto de varias sustancias etéreas, pero sólo una de ellas determina la vida o la muerte del sujeto; las otras, a pesar de ser componentes vitales, pueden desgajarse de la carne sin producir el fin de la existencia (V. alma).
Los médicos tradicionales mencionan varias razones para explicar la inevitabilidad de la hora final. En primer lugar, destaca la idea de que la muerte es una forma de pago a la tierra. Puesto que la diosa terrestre prodiga sus frutos a los hombres, debe ser alimentada con los restos mortales y espirituales que otrora alentaban al individuo (4) (6). Por otro lado, es un paso necesario para liberar los principios vitales etéreos que encarnarán en las generaciones futuras, perpetuando así la existencia del género humano (4) (7 y 8) (V. haluk).
Unos cuantos reportes explican la defunción como consecuencia natural de estar expuesto a ciertos elementos contaminantes del entorno. A lo largo de su vida, el hombre recoge y consume el alimento que le da la tierra; experimenta emociones como el enojo, la envidia y el deseo; y participa de la actividad sexual. Todas estas circunstancias encierran una infestación de lo terrenal; cuando el cúmulo de corrupciones llega a un grado límite, la vida termina (9) (V. tlazol).
Existe un gran número de vaticinios que anuncian el deceso. Algunos son signos y síntomas corporales; otros, de carácter metafísico, se manifiestan en los sueños, o bien en los caprichos de la naturaleza. Por ejemplo, el pulso del paciente le puede indicar al terapeuta la inminente expiración; cuando ya no es posible sentir el latido en las muñecas y codos, el enfermo no tiene salvación alguna (10). El Códice Badiano, texto indígena del siglo XVI, menciona otras señales físicas que aún hoy guían a los curanderos para establecer un pronóstico fatal:
Indicios de muerte son: un cierto color de humo, que se percibe en medio de los ojos, el vértice de la cabeza frío o retraído en cierta represión, ojos ennegrecidos que relucen poco, nariz afilada y como retorcida, a manera de coma, quijadas rígidas, lengua fría, dientes como cubiertos de polvo y ya muy sucios, que no pueden moverse ni abrirse. El mismo rechinar de dientes y la sangre que mana en abundancia de la vena cortada ya pálida, ya negra, es anuncio de que viene la muerte. Además la cara que palidece, que se ennegrece, que adopta y toma una y otra expresión; finalmente, si emite, revuelve y repite palabras sin sentido, como los pericos. Mas en la mujer se ha observado un pronóstico especial, a saber, como si una espina muy aguda les picara en las asentaderas, las piernas y los costados (11:87).
Entre los huastecos existe el concepto de kalchix, una especie de muerte por sustitución: si un visitante permanece en casa de su anfitrión un tiempo, y muere después de irse, es anuncio de que el fallecimiento debía sufrirlo el dueño del inmueble, no el huésped. De esta manera, el propietario queda avisado de que la muerte lo anda acechando (8). En Tlayacapan, Morelos, una excelente cosecha presagia la hora final de quien posee el terreno (12). En lo tocante a la oniromancia, existen varios sueños que encierran un mensaje funesto. Por su extensa mención a lo largo y ancho del país, sobresalen aquellos en los cuales se vislumbra la caída de un diente, cuerpos de agua o una boda (V. sueño).
Según la concepciones populares, los años de vida que goza una persona están dictados por la divinidad, sobre cuyos designios el sujeto no tiene control alguno. Para los tzotziles, mixes y yaquis, la longevidad de cada ser humano adopta la forma de una vela celeste, encendida por los dioses al momento del nacimiento. Su tamaño corresponde a los años asignados a cada persona (V. ?ora y vela). Las muertes que ocurren de acuerdo con este plan -sin importar la edad del individuo al fallecer- son consideradas "buenas" o naturales. En cambio, son "malas" las súbitas que trastocan el programa del Altísimo (7) (13 a 17). Éstas tienen su origen en la acción humana, pues son producto del asesinato, la brujería y el suicidio. Pero a pesar de ser obra de los hombres, intervienen en ellas las deidades: el asesino es inducido a matar porque la víctima ha ofendido a la omnipotencia (16); de manera similar, los maleficios del brujo serán exitosos si el perjudicado cae de la gracia divina (8) (17). Los accidentes -especialmente los suscitados por las fuerzas de la naturaleza, como el ahogamiento en un río, o la fulminación por un rayo-, también son castigos divinos, además de ser defunciones nefastas (16).
El "mal" deceso requiere un ritual de desagravio para sosegar a las deidades. En el medio rural tlaxcalteca, tales ceremonias adoptan un carácter masivo en el caso de un suicidio, acto que si bien es responsabilidad de quien se quitó la vida, es también la peor ofensa cometida contra la divinidad. Para apaciguarla, el poblado entero debe participar en el rito con el fin de restablecer el frágil equilibrio entre aquélla y los hombres (16). De manera contraria, al ocurrir una "buena" muerte, sea por la vejez, o bien por una enfermedad no provocada por brujería, las exequias tienen el fin de congraciar a los familiares con el difunto y encaminar su alma al más allá. De no realizarse éstas, el espíritu del muerto puede rondar el poblado, atormentando a sus parientes vivos.
Son varios los destinos de ultratumba, dependiendo de cómo se haya comportado la persona en vida. Las ánimas pueden ir al cielo, al infierno o al purgatorio; el limbo está reservado para los infantes que murieron antes de ser bautizados. Entre los cuicatecos y mixtecos, existe la creencia de que después de la muerte, el alma se convierte en un animal (18 y 19). En algunas localidades, quienes hayan observado una conducta pecaminosa no tienen derecho a trascender al más allá, y sus almas están condenadas a vagar por el mundo, enfermando a los vivos (V. sombra).
Sin lugar a dudas, los muertos cumplen una función especial en la cosmogonía popular, como lo atestigua el hecho de que sean venerados con gran fervor durante la fiesta de Todos Santos. Se les festeja para mantener vivo su recuerdo, y además porque sirven de intermediarios entre los dioses y los hombres, pues participan de lo sagrado (16) (20 y 21). Los niños que murieron después de recibir el bautismo -los angelitos-, son quienes mejor cumplen la función de mensajeros divinos (16).
// Espectro que se les aparece a los hombres al final de sus vidas y se los lleva al más allá. Adopta diversas formas, entre las cuales destacan la mariposa, el tecolote o la calavera (4) (22).
(1) Fábila, A., 1945.(2) Fragoso, R., 1978.(3) Lipp, F. J., 1991.(4) Sandstrom, A. R., 1991.(5) Galinier J., 1990.(6) Crumrine, R. N., 1973.(7) Gossen, G. H., 1975.(8) Alcorn, J. B., 1984.(9) López Austin, A., 1984b.(10) Álvarez Heydenreich, L, 1987.(11) Cruz, M. de la, 1991.(12) Ingham, J. M., 1970.(13) Kearney, M., 1971.(14) Whitecotton, J. W., 1985.(15) Nader, L., 1969a.(16) Nutini, H, G., 1988.(17) Dow, J., 1986.(18) Ravicz, R. et al., 1969a.(19) Cerda Silva, R. de la, 1957a.(20) López Austin, A., 1990b.(21) Crumrine, N. R., 1988.(22) Beals, R. L, 1964.